jueves, 25 de junio de 2015

Maldito Kant




Últimamente he tenido que luchar contra mi ira, aunque tal vez lo vengo haciendo toda mi vida. Ira o "pulsión de destrucción" diría Freud. Tal como Raskolnikov en "Crimen y Castigo", he querido matar a la vieja de mi edificio que no nos deja vivir en paz, que golpea la puerta a horas insólitas como si se fuera a acabar el mundo para cobrar los gastos comunes o que me llena de papeles bajo la puerta culpándome porque el portón del edificio vive entreabierto. La misma vieja de mierda que no me deja ensayar con mis amigos músicos a las siete de la tarde y llama al dueño del departamento para acusarme de no respetar las reglas del edificio. Angélica Mundaca es mi propia Aliona Ivanovna. Ella, que cada vez que es increpada se victimiza aludiendo a su condición de propietaria "hace más de veinte años" y, por supuesto, a su avanzada edad. ¿Pero qué sabe mi ira de eso? Nada. La vieja simplemente no me deja vivir. Mi mamá me dice que no discuta con ella "porque se puede morir", pero mi ira tampoco sabe nada de eso. Un gozo prohibido crece dentro de mí ante esa posibilidad. "Ojalá se muera esta vieja culiá" pienso. Sin culpa. Entre yo y mi ira no hay culpas. 

Pienso en Rodián Raskolnikov, que mató a una vieja usurera para sacar a su familia de la miseria, sobre todo a su hermana Dunia, que estaba a punto de casarse con un abogado adinerado por la misma razón. Ay, ¡cuántas Dunias -hoy siliconadas- hay entre nosotros! "Me gustaría saber qué es lo que asusta más a las personas, yo creo que lo que especialmente las intimida es aquello que se aparta de sus costumbres" decía el protagonista de "Crimen y Castigo". Pienso en él porque todos estamos a un paso de ser Raskolnikov, y alguien como Dostoyevski, que penetró profundamente en la conciencia moral del ser humano, lo sabía demasiado bien.


Pienso en el "Bombita" de la película "Relatos Salvajes", un ingeniero experto en explosivos que, agobiado por la injusticia de un sistema incapaz de hacerse cargo de las infamias cotidianas, es aplaudido por el resto de los reos cuando hace su entrada a la cárcel. ¿Por qué lo aplauden? Porque en señal de protesta "Bombita" provocó la explosión del corral donde son llevados los autos mal estacionados en el centro de Buenos Aires. Que momento más feliz. Una pequeña victoria frente al sistema de mierda. La fantasía no cumplida del señor K.  Porque seamos honestos: ya no estamos en tiempos de convertirnos en un escarabajo, más vale morir dando una señal. ¿Qué importa el castigo? El placer de saberse triunfador de esta lucha entre las pulsiones y la ley que las constriñe vale más que la sanción venidera.


Pienso en Patrizio Solitano Jr., protagonista de "El lado bueno de las cosas", que al llegar a su casa escuchó "My Cherie Amour" -la canción de su matrimonio-, subió las escaleras y encontró a su mujer en la ducha con su compañero de trabajo. Lo molió a golpes y fue internado en un hospital psiquiátrico para tratar su "trastorno bipolar" y rehabilitarse para su inserción social. Al cabo de ocho meses salió del psiquiátrico y se encontró con un padre ludópata, supersticioso y ausente, con el que incluso llega a trenzarse a golpes. ¿Cuánta distancia hay entre Pat y cualquiera de nosotros? ¿De qué está hecha esa distancia? "Mejor educación" dicen algunos. ¿En qué consiste ese ser "mejor"? ¿Cuál es esa fibra distintiva entre aquellos que cruzan los límites socialmente impuestos y los que no?


Quizás soy un asesino en potencia y las empresas de reclutamiento laboral con sus modernos software hallarán esta columna, analizarán su contenido con sus algoritmos sofisticados y encontrarán palabras que pronostican falta de adaptación a los climas laborales de las grandes corporaciones por lo que seré excluido de su base de potenciales candidatos. Sería una lástima. A veces siento que tengo tanto que aportar. Lo veo cuando compañeros de trabajo se acercan a contarme lo que no revelan en los focus groups. A decirme en los pasillos que odian a su jefe, que están chatos de que premien a las personas por quedarse trabajando más allá del horario laboral como señal de compromiso o que en la distribución vertical de los espacios de trabajo siga operando una simbólica jerarquía medieval. Conozco personas que incluso en sus casas hablan en voz baja, como si un verdugo omnisciente fuese a escucharlos y a despedirlos. Quitándoles el dinero que se ganan mes a mes por no adherir a los valores corporativos. Y es que ese verdugo existe de una manera mucho más profunda y amenazante: en nuestro psiquismo.


La misma rabia que siento la debe haber experimentado Cavani anoche cuando Jara le metió un dedo en el trasero. O la deben sentir los estudiantes cuando no se les renueva la matrícula por no poder pagar los aranceles. Impotencia. Rabia. ¿Basta sentirla para justificar los modos de nuestro desahogo? Es la eterna tensión a la que estamos arrojados. Maldito Kant que nos pide pensarlo dos veces antes de actuar; que si nuestros actos no son dignos de convertirse en una máxima universal más vale no llevarlos a cabo. ¿Pero quién nos obliga a pensar antes de actuar? Nosotros mismos. Esa es la tensión. Pulsión y ley. Y de nosotros mismos depende como conciliar esa tensión. Los más pudientes recurrirán a un psicoanálisis y los menos verán Morandé con Compañía. Otros nos desahogamos viendo películas. No vaya a ser que este ingrato vaivén sea la esencia de la vida humana.


Pero he tenido que luchar, porque hay otra parte de mi conteniendo esa energía latente. Aunque reconozco que estoy a punto de perder esa lucha. Es que hay razones tan absurdas: que hay que tratar con respeto a las personas mayores, que no se le puede gritar a las personas, que si un prójimo te hace daño "hay que poner la otra mejilla". ¡En realidad no son razones sino puros mandatos amparados en la nada! ¿De dónde adquieren su fuerza entonces? ¡De la constatación de que puedes gatillar en el otro la misma reacción, desencadenando un caos social! Y si todos somos agresores en potencia ¿por qué debo ser yo entonces el que se contiene? ¿Desde cuando contener nuestras fuerzas más primitivas se volvió una virtud? ¡Una virtud! A veces fantaseo con cortarles los dedos a los estudiantes que destruyen paraderos en cada marcha estudiantil. Me encantaría pegarles a los que quemaron instalaciones de mi universidad; me da lo mismo su intención, mi ira es inmediata y no admite diálogo: juzga los hechos. Y -sorpresa-, ¡no soy el único! Cuántos amigas, amigos e incluso desconocidos me han confesado últimamente sus oscuros deseos. No es solamente la ira la que nos habita, sino que -hagamos caso a Freud por unos minutos- la pulsión de destrucción, una fuerza destructiva que ante determinados acontecimientos amenaza con desatarse sin importar quien se tenga al frente. Los más diestros en contenerla se insertan perfectamente en el engranaje social; los menos diestros son apuntados con el dedo como violentos subversivos y los desatados están muertos, en la cárcel, algún centro correccional o psicoterapia moral.

lunes, 11 de mayo de 2015

Respuesta a José Tomás Vicuña s.j sobre El Bosque de Karadima



Mi nombre es Andrés Gallardo y soy exalumno del Colegio San Ignacio, donde estuve por 13 años. Lamento que la oportunidad para reflexionar sobre la dinámica de abusos generada por Karadima favorecida por el entorno eclesiástico en que se articuló haya derivado en una columna escrita por un jesuita que sólo reitera la defensa de la ética de Jesús basada en la transparencia, la verdad y una opción preferencial por los pobres, usando la película como pretexto para reflexionar tibiamente sobre la corrupción y el abuso de poder. Muchos entendemos la ética cristiana como horizonte de la fe, pero si, como dice el autor, hay que reflexionar sobre las estructuras que soportan las conductas que nos alejan de dicho horizonte, en este caso esa posibilidad de reflexionar se pierde con analogías que no contribuyen a entender la densidad del fenómeno del abuso y lugares comunes disfrazados de declaraciones bienintencionadas.

Reflexionemos sobre la estructura descrita en la película. En mi caso conviví cotidianamente durante 13 años con curas y seminaristas que tenían un rol importante en nuestra formación. Estaban investidos, además, por ese extraño poder que les otorgamos en virtud de su relación con eso que llamábamos "Dios", y que los ponía un escalón sobre cualquier otro mortal. A cada uno le decíamos "padre", y seríamos ilusos si no reconociéramos ahora en perspectiva cómo esa palabra determinó de alguna manera nuestra relación con ellos. En particular para quienes veníamos de familias con cierta situación de precariedad afectiva. Lo que hay aquí en primer lugar es un encuadre en la relación que favorece la dinámica de poder: los "padres" y el resto de los futuros "padres" en relación con los niños y jóvenes. La estructura familiar constituida desde la falta como condición de posibilidad de la instalación de la figura del "padre" sustituto es claramente descrita en la película. Pregunto: ¿Esta nominación -"padre"- debería cambiar o es indiferente al entorno en que se gestan los abusos? Tomando las palabras del Papa Francisco citadas por el autor, esta parece ser una parte de la estructura que crea y soporta las actitudes y convicciones. Estructura y actitudes no son hechos aislados. Aquí me gustaría ver la opinión del columnista, por ejemplo.

Yo no fui abusado, pero si estuve muchas veces en la casa y el dormitorio de varios jesuitas, ya ordenados y en formación. Conversábamos de la vida, la música, y de Dios. Mirado en retrospectiva, comprendo cuán fácil habría sido para cualquiera de ellos constituir una dinámica de abuso sexual. Por lo mismo comprendo perfectamente como eso pudo pasarle a otros. Era (y es) muy fácil para cualquier perverso establecer una relación de dominación desde un entorno católico, donde la sexualidad es tabú y el cuerpo se entiende como algo que debe silenciarse, con jóvenes de familias precarias afectivamente, en búsqueda del sentido, o a veces, de padres ausentes inmersos en el frenesí laboral. Es sin duda un tema complejo pues "el que nada hace nada teme" y así como la rigurosidad de los curas Opus Dei -que les impide estar en una misma sala de clases a solas con una mujer- es en si misma un reconocimiento de la posibilidad del pecado, me pregunto si en este caso, invitar a jóvenes en formación a sus dormitorios puede o no constituir una posibilidad similar. También me parece valioso reflexionar sobre esta práctica, pero no veo alusión al tema.

La película nos hace reflexionar sobre como algunos sacerdotes, desde la limitación de su propia sexualidad, pueden encontrar en el acceso a jóvenes en formación católica el escenario ideal para seducir, dominar y sistematizar -a través de la complicidad y el encubrimiento- la liberación de su propio deseo reprimido a través de dinámicas perversas tejidas desde el vaivén de la propia estructura moral religiosa: pecado y expiación. Por esto mismo me parece inaceptable y muy limitado comparar los abusos cometidos por Karadima con el caso Penta o el caso Dávalos. 

En primer lugar, estos casos están en manos de la justicia chilena y en el caso de Délano y Lavín se han impuesto medidas de prisión preventiva. Esto es posible porque en dichos casos la justicia actúa como un organismo autónomo. La estructura moral religiosa católica (pecado y expiación) en cambio otorga a los sacerdotes la facultad de ser juez y parte. Eso se ve claramente en la película cuando luego de los abusos "el santito" manda al abusado a confesarse como si él fuera el único pecador "di que has cometido un pecado de pureza" quedando el abusador con las manos limpias, "libre de polvo y paja." Esta dinámica sólo es posible a partir de la estructura de poder tejida desde la culpabilidad esencial católica -expresada en la figura del pecado- que sólo los sacerdotes tienen el poder de limpiar, al menos, temporalmente. Ese vaivén entre pecado y expiación es la raíz de toda estructura de dominación ejercida por aquel que, sin reconocer su propio pecado, actúa como limpiador de impurezas, como es el caso de Karadima. 

En segundo lugar, el autor de la columna debe reconocer que si bien es razonable pensar una analogía en sentido moral entre los casos Penta y Karadima como casos de corrupción, las consecuencias en ambos casos son absolutamente distintas y por lo mismo incomparables. Me parece impresentable comparar un delito económico cuyos autores mismos creen poder remediar pagando los impuestos evadidos -como si se tratara de equilibrar la balanza económica- con el daño psicológico e irreversible provocado a las personas abusadas desde dinámicas perversas tejidas al interior de la iglesia católica. No tengo más palabras para describir esta torpe comparación.

Me parece que si la iglesia y en particular los jesuitas van a reflexionar sobre la película podemos esperar mayor hondura en el tratamiento del tema y sus implicancias para la vivencia de la fe y la construcción de la comunidad. Celebro por otra parte la invitación que Nemo Castelli s.j hizo a sus fieles en misa para que vieran la película. Es una señal muy potente. Pero de nada sirve ver la película si no vamos a reflexionar sobre ella. Pensar y reformular las estructuras implica entenderlas y reconocer como estamos ya implicados en ellas para que nuestro entendimiento sea capaz de reconocer sus efectos en nosotros y por ende en los otros. No podemos esperar menos de quien se espera sean los pastores del pueblo. De lo contrario, me temo, continuaremos inevitablemente reproduciendo dichas estructuras, con las consecuencias que ya conocemos.

viernes, 1 de mayo de 2015

Conmemorar



La condición alienante del trabajo en nuestra sociedad actual ha desplazado el significado específico de los días feriados hacia la plana valoración del hecho de no tener que trabajar. En otras palabras, da lo mismo si se trata de un feriado religioso o civil, lo importante es que ese día no hay que cumplir obligaciones laborales. Algunas agrupaciones reivindican el sentido que da origen al feriado a través de actos conmemorativos o expresiones colectivas, como la Armada de Chile para el 21 de Mayo o la Central Unitaria de Trabajadores para el 1 del mismo mes, pero nadie podría negar que en general los chilenos vivimos el feríado desde el para que -la posibilidad de hacer algo- y no desde el por qué -el fundamento que da origen a esa posibilidad-.

Pero "¿para qué mirar hacia atrás?" me dirán. "Hay que mirar hacia adelante". Ambas frases -muy progresistas por cierto- sugieren que lo importante de la vida es lo que está por venir, no lo que ya pasó. "El pasado ya no existe, no hay que preocuparse por él", nos sugiere Osho, uno de los máximos exponentes del espiritualismo oriental. Misma actitud de los sectores más conservadores de nuestro país cuando se les recuerda, a propósito de alguna fecha conmemorativa, las atrocidades cometidas en la época de la dictadura militar, con cuyos líderes se les vincula ocasionalmente. Y este desdén a mirar el pasado no sólo ocurre en Chile sino también en España, donde el año 2008 el primer ministro Mariano Rajoy, a propósito de la posibilidad de reabrir un caso de fusilados, desaparecidos y enterrados durante la guerra civil, ha dicho: "abrir las heridas del pasado no conduce a nada".

¿Recordar o no recordar? ¿Conmemorar o no conmemorar? Una buena amiga me sugiere que reflexionar sobre el sentido de un feriado en vez de dedicarse a disfrutarlo es un despropósito y una estupidez. Irónicamente, me sugiere que pensar sobre por qué es feriado el 1 de Mayo es una tontera si amenaza cualquier posibilidad de disfrutarlo. Una postura pragmática pero peligrosa, porque como dijo Churchill "no dejeis el pasado como pasado, porque pondréis en riesgo vuestro futuro". 

No es lo mismo recordar que conmemorar. Recordar es traer al presente algo ido, en la silenciosa individualidad del sujeto que recuerda, mezclándose también con la fantasía cuyo limite con el recuerdo es más bien difuso. Conmemorar en cambio es recordar-con-otro, junto-a, mirar hacia atrás colectivamente, en diálogo. 

La conmemoración es reflexionar sobre lo vivido. Y reflexionar no es simplemente imaginar, traer a la mente escenas pasadas, sino de algún modo volver a vivirlas en el relato que hacemos de ellas a un otro. Como cuando revisamos fotos antiguas y le decimos a alguien: "te acuerdas de...", "¿Dónde estabas tú en ese entonces?" y esperamos su aporte particular al recuerdo en el acto de conmemoración. Reflexionar es volver a vivir a través del pensamiento, constatar el cambio acontecido desde el instante que se recuerda hasta las circunstancias históricas de nuestro presente. Ese proceso en que el sujeto viaja para volver a vivir colectivamente es la conmemoración.

Sólo la reflexión puede iluminar nuestra vida en sentido histórico. Pensar en nuestra condición de trabajadores que disfrutan de un día libre puede ser una estupidez a priori -especialmente si nos impide disfrutar, es decir, cumplir el propósito del día libre- pero en esa "estupidez" puede ocultarse el sentido del disfrutar como posibilidad y la reticencia a la reflexión revelarse como parte de la estructura que favorece la mantención de las condiciones actuales de la existencia, el llamado status quo, cuya amenaza de cambio parte siempre desde una insatisfacción con el sentido presente. Por eso la posibilidad de reflexionar, para el pragmatismo alienante del mero "disfrutar el tiempo libre", es a todas luces, una estupidez.

El sentido de conmemorar sólo se encuentra reconociendo que somos nuestro pasado. Las categorías cronológicas -pasado, presente, futuro- nos permiten distinguir en el lenguaje el paso de eso que llamamos tiempo, pero esa distinción nos aleja de la constatación más obvia: estamos hechos de lo que vivimos, somos nuestro pasado, y lo estamos siendo a cada instante. Por eso, el acto de conmemorar es indagar por el sentido de la propia vida en la medida que cada sujeto está construyendo su existencia en relación constante con lo que cronológicamente entiende como pasado pero existencialmente es ya-siempre. De ahí el absurdo de tratar al pasado como algo que se fue, ya no está en nuestras manos, o no depende de nosotros cambiar. Lo que no depende de nosotros cambiar es la representación que hacemos del pasado, pero el pasado en tanto constitución ontológica de cada sujeto está siempre esperando a ser modificado en las posibilidades de cada cual.


martes, 17 de febrero de 2015

Carta abierta a Cristián Warknen





Estimado Cristián,

Soy lo que podría llamarse un “seguidor” de tu obra, desde “Noreste” hasta tus columnas de los jueves y por supuesto “La belleza de pensar”. En tu camino como comunicador he reconocido una actitud con la que me siento muy identificado: la disposición a decir -y escuchar- una verdad sin pretensiones de universalidad sino acotada a la experiencia humanizante del diálogo, al ser que susurra en la contemplación de unos pájaros a través de una ventana, al conmovedor paisaje de la selva valdiviana y esos verdes que muchos no sabíamos que existían, a la desidia de quienes viajamos en los vagones del metro con la mirada extraviada -quizás ahora capturada por el celular de turno-, a la transformación de nuestros modos de habitar y convivir en barrios depredados por la codicia inmobiliaria, a la infatigable voz de Dostoyevski o a los enigmáticos versos de Holderlin.  En suma, verdades que los estudiantes de filosofía, como es mi caso, no estamos acostumbrados a escuchar pues es más poderosa la necesidad académica de aferrarse a un sistema con verdades dadas para reproducirlas en el aula que la disposición a construir -así como en la belleza- nuevas verdades desde la propia cotidianidad.

Y aunque me apasiona la idea de conversar contigo sobre la verdad, no es la verdadera intención de esta carta. Te escribo desde Algarrobo por encargo de mi abuela Marta, la “Tita”, con quien estoy pasando los últimos días de mis vacaciones. Hace unos días mientras tomábamos desayuno la Tita me dijo con actitud serena y expectante: “con la tecnología y medios que hay ahora…¿tú le podrías escribir una carta a Cristián Warknen?” a lo que respondí “claro Tita, pero ¿qué quieres que le diga?”…y ella dijo: “la verdad sólo darle las gracias y felicitarlo por su designación como Director del Parque Cultural de Valparaíso. Dile que soy porteña y que si él está a cargo de algo tan importante para la cultura seguramente van a pasar cosas buenas en mi ciudad querida”.

La Tita nació en Valparaíso en 1929 en la maternidad del hospital Deformes -en este momento ella me dicta estos datos desde su pieza-. Vivió sus primeros años en la casa de su abuela en la avenida Alemania frente a la plaza Bismarck para después trasladarse a la casa de las enredaderas en San Enrique con Templeman. Siempre nos cuenta que desde la ventana del tercer piso se instalaba a mirar el mar. Me la imagino cerrando los ojos y sintiendo la brisa eterna que recorre los cerros con el sonido de las máquinas del puerto en el fondo, mirando el mar con los ojos cerrados. En alguna de las calles de ese cerro mágico conoció a mi abuelo, en Enero de 1947, fecha que ella tomó para crear su correo electrónico como respuesta a mi sugerencia de crear un correo con un nombre que no se le fuera a olvidar nunca. “alegreenero1947@…” es un nombre que resume tantas cosas, entre ellas el amor de mi abuela por esa ciudad de escaleras inefables que tantos de los nuestros han inmortalizado tanto en imágenes como a través de las palabras.

Tanto podríamos conversar sobre Valparaíso. A veces pienso en mi abuela sentada frente a tí con un fondo negro y dos vasos de agua conversando sobre las juntas de vecinos del Cerro Alegre en los años 50 o el Cine San Luis en la calle Montealegre 592, o el teatro Valparaíso frente a la plaza Victoria o el paseo Yugoeslavo de aquellos años. Pero ese es mi afán, no el de la Tita. Ella me encargó simplemente que te diera las gracias. Nunca le pregunté porqué pero no es necesaria la respuesta. Me imagino que ese agradecimiento porta también la esperanza de continuar generando “Tertulias Porteñas”, espacios de encuentro cotidiano con esas verdades chicas, pasajeras, esas “noticias que siempre serán noticia”, esas verdades de las que está construido Valparaíso. Pienso que esa esperanza es la que inspira a la Tita a darte las gracias cuando se entera de tu designación leyendo el diario una mañana cualquiera aquí en Algarrobo, en la misma casa a la que venimos hace 20 años.

Por eso, gracias Cristián.


domingo, 11 de enero de 2015

Alegre Enero



Hace algunos años mi abuela me pidió ayuda para tener un correo electrónico. Cuando estábamos eligiendo el nombre me preguntó que características debía tener y le dije que podía elegir cualquier palabra y/o números que no estuvieran ya tomados pero que lo más importante es que eligiera algo difícil de olvidar. "Alegre Enero 1947" me dijo. "La fecha en que conocí a tu tata". 

Es su correo electrónico hasta el día de hoy.

Las fechas por sí solas son números vacíos. Son los acontecimientos los que vuelven "alegre" a algún Enero.

Tal como hace sesenta y ocho años mis abuelos se conocieron a pocas cuadras del lugar desde donde estoy escribiendo estas líneas, hoy también tengo un alegre Enero que compartir. Hay tanto que está pasando. A veces pienso que siempre pasan cosas pero que uno no las ve y para hacerlo es necesario estar en los lugares que te disponen para ello.

El viernes entré a la Ulises y encontré un libro en dos tomos sobre la historia del psicoanálisis en Chile. Al preguntar el precio en la caja el librero le preguntó a un hombre sentado al frente suyo: "¿Y a qué precio lo vendemos?". "No sé, ustedes son los dueños...es que yo soy el autor" dijo volviendo la mirada hacia mí. "¿Ah sí?" le dije, y nada más. Supe de inmediato de cuál de los tres autores se trataba.

Ese mismo día me quedé afuera de mi casa y fui a hacer hora al departamento de una amiga. Estuve tres horas pasando la tarde del día más caluroso de este alegre Enero. Ya en mi casa decidí viajar a Valparaíso esa misma noche. Hice el bolso rápidamente y partí. Cuando estaba a algunas estaciones de la conexión intermodal me dí cuenta que había dejado mi billetera y mis lentes en la casa de mi amiga. Me devolví.

Usé los diez mil pesos que me quedaban para tomarme un shop en Lastarria. Me senté en la barra a observar. Puta que es importante observar. No mirar, sino observar. Darte cuenta de lo que pasa y por qué pasa, alrededor y contigo mismo. Por eso escribo, porque observo, no al revés.

Mientras me tomaba el shop me llamó un amigo para pedirme un favor: que fuera a buscar unas llaves a la conserjería de un edificio en el barrio yungay. Conversé con el taxista. Siempre tienen buenas historias que contar. Después con el conserje del edificio. Volví a mi casa.

Al otro día salí en bici al terminal y viajé a Valparaíso. La rearmé en el rodoviario y me fui pedaleando hasta la casa donde estoy ahora, en el Cerro Alegre, igual que este Enero. Desde mi ventana veo el puerto y a lo lejos se escuchan las máquinas trabajando. Se me quedaron los libros que compré. También el cargador del computador, pero que importa.

Qué importa si he vuelto a ser feliz andando en micro, si he vuelto a ser feliz caminando, si cada vez que subo por Urriola me conmueven los adoquines y las casas y sus ventanas hacia el cielo, si puedo almorzar un pan con queso con un jugo en caja, si puedo subir por el pasaje Bavestrello perdiéndole el miedo a esa oscuridad de lo desconocido, si estoy aprendiendo que lo desconocido es sólo la distancia entre la voluntad y la penumbra.

Antes de terminar el año pasado fotografié a una pareja descansando en el paseo de los catorce asientos. Eso es Valparaíso: amor. Una amiga citaba un artículo que decía que el amor no es una relación, que hay que quererse a sí mismo para después pensar en una relación de cualquier tipo. Chuta, me acuerdo que lo leí y pensé: "como chucha no va a ser una relación, si todo es una relación, hasta la manera en que nos enfrentamos a nosotros mismos". La de pareja, es ver a alguien y saber que cagaste: ponerte nervioso, reírte sólo, entender que hay algo importante pasando y por venir. 

El amor con las cosas y lugares son a mi juicio formas de vincularte con un otro. O sea, sumando y restando, el amor es siempre una relación con un otro, que puedo incluso ser yo mismo (saludos a los narcisos). Y mi amor por Valparaíso es una forma de vincularme con esos otros: los que están y los que no están. Estar construyendo esa relación hace que este mes sea alegre, me hace pensar en el correo electrónico de mi abuela y en tantas otras coincidencias que nos dan que pensar para vivir.


jueves, 8 de enero de 2015

Carta abierta a mis amigos

Con el tiempo he descubierto que la amistad es una de las cosas más importantes de mi vida. Al contrario de otras relaciones como las laborales u ocasionales, la amistad se distingue para mí porque en cierto punto comienza a ser gratuita, o lo que es lo mismo, no tiene precio.

Hoy en día es muy difícil concebir algo sin precio. Uno de mis amigos de hecho siempre dice que todo tiene o puede tener un precio, incomodando con ejemplos o preguntas que nos obligan a pensar. Seguramente diría: "la amistad no tiene precio hasta que alguien te ofrece un monto de dinero que te hace dudar si es conveniente acabar con la amistad" o algo así. El asunto es que para mí la amistad -incluyendo la del amigo que les menciono- es gratuita.

La gratuidad se expresa por ejemplo en la dedicación que le prestamos al amigo sin esperar algo a cambio, pero más aún en la imposibilidad de asignarle un valor específico al vínculo que me une con cada uno. Cada vez que un amigo me dice "cómo te lo pago" o "cuánto te debo" algo desde lo profundo me hace pensar "nada" cada vez, pero algo del amor propio, el ego o las costumbres con que vivimos amenazan con ridiculizar la gratuidad excesiva, fijando bienes de intercambio para dar flujo a una relación "sana".

Tengo pocos amigos. No más de diez. Un grupo de ellos son más viejos. Los conocí en mi primer trabajo, que fue a la vez un descubrimiento y un cambio radical de vida. Estaba terminando mi carrera de filosofía, pensando en hacer clases o dedicarme a escribir cuando fui reclutado por una empresa del sector financiero. Era un entorno muy distinto al de donde provenía. Con ellos fui por primera vez a un restaurant más de una vez al mes. Conocí el casino. Viajamos al sur. Recorrimos las sucursales de la empresa compartiendo con muchas personas, todos funcionarios muy afectuosos que nos recibían con cariño en cada visita.

A pesar que mis cargos cambiaban, mis amigos se mantenían. Ellos tenían ya una familia formada. Yo en cambio estaba soltero, hasta el día de hoy. Mis amigos fueron muy importantes en la formación de mi identidad post-universitaria. Influyeron mis gustos, mis patrones de consumo, mi relación con el dinero, mi manera de pensar el mundo y compatibilizar un pensamiento formado en la filosofía con uno formado en el arte de hacer circular el capital, maximizar los beneficios reduciendo los costos para finalmente hacer más dinero. No todos eran ingenieros comerciales pero se desempeñaban en cargos pensados para ese perfil. Finalmente, estábamos todos trabajando en una empresa cuyo mandato hacia nosotros era aumentar la rentabilidad del accionista, así que estábamos regulados por las leyes del mercado, quisiéramoslo o no.

Hoy en día estamos repartidos en distintas empresas pero seguimos viéndonos con la misma frecuencia. Anoche celebramos el cumpleaños de uno de ellos en mi departamento. Ya entrada la noche y para mi sorpresa mis amigos empezaron a mencionar que yo era un caso "especial" porque no tengo claro lo que quiero ni hacia donde voy. Ya había escuchado estos comentarios antes pero ahora me sorprendieron más. "Un día te gusta el Cajón del Maipo y te quieres ir a vivir allá, otro día te gusta Valparaíso y te quieres ir a vivir allá, otro día te gusta el Sur...yo creo que te tienes que psicoanalizar para ver cual es la raíz de tu problema..."

Mis propios amigos diagnosticándome (bueno, quien no lo ha hecho alguna vez). Uno puede entenderlo hasta cierto punto...pero ¿cuál es el problema que ellos ven? Eso es lo que yo -afortunadamente- aún no soy capaz de ver. Ellos cuestionan que haga distintas cosas en cortos períodos de tiempo acusando falta de consistencia en mis intereses..."cambios muy dinámicos"...dicen ellos. Yo quisiera decirles por este medio a mis amigos que lo único que estoy haciendo es disfrutando la vida, día a día, y que no veo otro modo de vivir. Que cumplir las expectativas del resto me llena las pelotas. Que soñar con nuevas posibilidades me llena de esperanza. Que si no me he ido al sur o alguna otra parte lejos de aquí es porque puta que me ha costado pagar las deudas de una vida financiera irresponsable en los primeros años. Que en menor medida estoy como ellos y como todos: atrapado en un sistema a causa del propio desorden, del encantamiento con la promesa de tener, del capitalismo, del comprarse huevás que luego desechamos, de desear constantemente una ilusión, como un espejismo que cuando te vas acercando desaparece.

En los últimos años debo haber cambiado de casa unas 10 veces. He tenido varias parejas. Fui fanático del fútbol, del tenis, del padel, de la bicicleta, de la restauración de muebles, de la conversación, de la publicación de artículos en medios digitales. He querido ser tantas cosas: psicólogo, filósofo, futbolista, ciclista, fotógrafo, músico, escritor, mueblista, restaurador, padre, profesor, ingeniero, programador de apps, cantante...y he sido un poco de todo. Cuando los escucho miro hacia atrás y pienso: "¿y por qué chucha a estos hueones les molesta que yo viva la vida así?" Seguramente me dirán que no les molesta, pero Freud tiene razón cuando dice que toda repetición esconde un síntoma.

Pensaba regalarles a tres de ellos una foto que nos tomamos en la despedida de otro amigo que se fue a México. Bien bonita. La iba a enmarcar y a dárselas para navidad pero no alcancé por seguramente andar soñando alguna huevada.

"Deberías escribir un libro" me decía uno de ellos. Pero preferí escribir esta carta. He vivido muy poco como para escribir un libro. Me faltan cosas tan importantes. Puta que sería lindo tener un hijo. Yo los veo a ustedes, amigos, con la cara de babosos que miran a sus hijos, o cuando hablan de ellos y pienso "chucha que debe ser lindo...". Me falta la mina, pero bueno, es sólo un detalle. Me falta hacer alguna hueá importante en mi trabajo. Después de eso puedo irme, antes no. No es justo calentar el asiento si tenemos la posibilidad de mejorar la calidad de vida de millones de personas. Me falta eso. 

Me falta grabar un disco, ese que queremos tocar con Jorge. Me falta irme al sur. Parezco disco rayado, pero algún día lo voy a hacer.

Me falta la próxima talla del club de toby, el próximo asado, y el que va a venir después de ese. Me falta cagarnos de la risa por enésima vez de las mismas tallas. Eso es lo lindo. Eso es la amistad.

Así que les digo: déjense de hueviar. Por ahora siempre van a tener una casa y una mesa de ping pong que los espera. Una conversación. Un amigo dispuesto a escucharlos y a hablar también si les sirve. Da lo mismo la plata, el tiempo, el lugar, total como dice uno de ustedes "después arreglamos".

martes, 2 de diciembre de 2014

Chespirito no ha muerto



Como muchos latinoamericanos crecí viendo los programas de Chespirito: La vecindad, el doctor Chapatín, El Chapulín Colorado, Los Caquitos y muchos más. Tal como otros productos culturales que se inscriben en la memoria a través de la repetición, pasaba tardes enteras de mi infancia viendo capítulos nuevos y viejos y riendo de buena gana con los ingeniosos guiones escritos por Roberto Gómez Bolaños, cuyo fallecimiento ha impactado al mundo y dominado la prensa internacional en los últimos días.

Como ya señalé en otro lugar la muerte de alguien que nos hace reir puede ser más impactante que la de cualquier otra persona puesto que la risa es desde cierta perspectiva psicoanalítica un mecanismo de defensa ante realidades incómodas, dolorosas o difíciles de enfrentar. Sin embargo, pienso que Chespirito no ha muerto. Se murió Roberto Gómez Bolaños, un comediante mexicano, pero Chespirito, el alma de la producción artística que convoca diariamente a millones de personas en el mundo y sus personajes, son inmortales.

¿Qué hace a este personaje inmortal? Precisamente la necesidad de contar con el humor -o el buen humor- como un antídoto frente a los dolores de la vida. Repasemos algunos de sus principales personajes.

El show principal de Chespirito es El Chavo del Ocho, la recreación de la vida cotidiana de niños y adultos en una vecindad cuyo protagonista es un niño pobre, huérfano y mal alimentado que convive cotidianamente con los conflictos propios de la vida comunitaria, las diferencias sociales y es constantemente agredido por los adultos en especial por sus ingeniosas respuestas disfrazadas de ingenuidad.

El dinero como símbolo de progreso o estatus social es uno de los ejes del show, representado por ejemplo en la figura del señor Barriga, dueño de la vecindad, que viene en cada capítulo a cobrar la renta a don Ramón -que no puede pagarla- y siempre es recibido con un golpe involuntario de el Chavo. Don Ramón a la vez es frecuentemente menospreciado por Doña Florinda, quien supuestamente goza de una mejor situación, tratándolo de "chusma" y exhibiendo a través de Quico, su hijo, las ventajas económicas a través de los juguetes nuevos que este luce al resto de los niños. Esta dinámica de conflictos basados en el estatus es el eje de la serie y las escenas en que se tangibiliza se cuentan entre las más recordadas por la audiencia.

En esta breve descripción se alterna el drama con el humor. En esta alternancia el personaje de El Chavo es la válvula de escape para los conflictos manifiestos a partir de ingeniosas "salidas" ("fue sin querer queriendo", "es que no me tienen paciencia", "Don Ramón, ¿su abuelita es futbolista?") sobre las que se diluyen las tensiones, volviendo a cobrar fuerza en los capítulos sucesivos, creando así una fórmula inagotable, un vaivén cuyo eje principal es la figura de un niño huérfano y pobre que une generaciones y diferentes clases sociales.


Por otra parte, El Chapulín Colorado es un superhéroe cobarde cuya principal característica es aparecer cuando la víctima no tiene a quien recurrir ante un peligro o amenaza y disolver los conflictos a través de terceros o actos involuntarios que resultan en el desarme del malhechor o anulación del peligro, quedándose con los créditos ante el resultado final sabiéndose no responsable directo del mismo. Pero ¿por qué nos reímos de un superhéroe miedoso? ¿Será que El Chapulín viene a representar algo que vive cotidianamente en cada uno de nosotros pero nadie es capaz de confesar?

Un niño huérfano y pobre que hace feliz a quienes lo rodean, un superhéroe miedoso, ladrones que concretan robos y siempre son apresados, un doctor loco y olvidadizo, dos chiflados con doble personalidad que conviven con personas que no reparan en su locura y generan diálogos hilarantes como:

- Oye, Lucas.
- Dígame Licenciado.
- ¡Licenciado!
- ¡Gracias, muchas gracias!
- No hay de queso nomás de papa.

Todos ellos son personajes que nos muestran la cara humorística del rechazo, el miedo, la frustración, la locura. Pero ¿es la risa sólo un antídoto? ¿Un remedio temporal? ¿Un parche ingenioso ante las vicisitudes de la vida? ¿No hay acaso en la risa una señal más poderosa, quizás, una invitación a desarmar las estructuras que nos rigen -clases sociales, diferencias entre locura y sanidad, la ley como protección ante el peligro- para crear nuevas maneras de entendernos y convivir? ¿No hay un destello de autenticidad en ese vaivén vital que tienen los diálogos de estos personajes en cada capítulo? ¿No es esa la razón de la inmortalidad de Chespirito? Quizás eso nos dice la canción:

Qué bonita vecindad (2)
es la vecindad del Chavo
que no vale ni un centavo
pero es linda de verdad.

miércoles, 23 de abril de 2014

Heridas y cicatrices del puerto

El reciente incendio de Valparaíso sólo ha hecho más evidente que el otrora puerto principal, tras los adoquines y colores en los paseos de los cerros Concepción y Alegre, esconde una miseria censurada de las postales que promueven el turismo extranjero y local. El cantautor que baja de los cerros al plan para interpretarLa Joya del Pacífico a los comensales del J. Cruz a cambio de una propina -escena clásica del turismo porteño- es quizás una de los mejores retratos de este contraste.


Son muchas las heridas que salen a la luz a consecuencia del que es considerado el peor incendio en la historia de esta ciudad: la falta de un plan de regulador de construcciones habitacionales (con la respectiva escasez de servicios básicos), la fragilidad de la zona frente a los incendios forestales y la irresponsabilidad de las empresas y personas en su prevención (se afirma que estos incendios no son por causas naturales), el sensacionalismo en la cobertura televisiva de los hechos expresado en el enfoque dramático cuya evidente pretensión de exaltar las emociones del televidente -y aumentar el rating- lleva a los periodistas a violar la intimidad del duelo de los afectados, preguntándoles en vivo sobre las características de su dolor y sobre como harán para superar el desamparo que les afecta, mientras en el fondo suena música digna de película sobre la segunda guerra mundial.



Y aunque estas heridas pueden sanar -políticas públicas serias y sustentables, campañas adecuadas de prevención y líneas editoriales con foco informativo y colaborativo pueden, en el mediano plazo, evitar la ocurrencia de estos desastres- las cicatrices que esta ciudad arrastra amenazan con cambiar completamente la piel de este puerto herido, parafraseando al Gitano Rodriguez, en la medida en que nosotros, espectadores de su destino, no reflexionemos sobre la identidad que fundamenta la valoración que hacemos de ella, y estemos dispuestos a incorporar la miseria que hoy la compone en su esencia. Una reflexión de este tipo puede movilizarnos de distintas maneras, desde la modificación del relato que hacemos del puerto hasta la participación activa en cualquiera de los ámbitos de su reconstrucción.



Cualquiera sea el caso, somos nosotros y cada uno en cada caso los responsables de dejar de cantar La Joya del Pacífico -que dicho sea de paso fue escrita por un santiaguino e inmortalizada por un peruano- y empezar a entonar Valparaíso para que una vez más el viento como siempre, limpie la cara de este puerto herido, cara que no es más que la que nuestros propios ojos quieren ver.

jueves, 16 de enero de 2014

Volver


Al regresar al camarín para la ducha de rigor miré con decepción que los cubículos cerrados estaban ocupados y me instalé en una esquina del sector abierto, adelantándome a un viejo de unos setenta años o más que iba hacia el mismo sector. Mientras sacaba la ropa de mi bolso, el viejo comenzó a silbar sin desafinaciones una melodía que reconocí de inmediato. Entre el ruido del agua cayendo de las duchas, los secadores de pelo y el resto de los nadadores sacando y guardando ropa de sus bolsos el silbido me caló hondo y me hizo recordar que existen lugares a los que siempre volvemos, de alguna extraña manera.

"Volver" pensé, concentrado en el sonido cálido y perfectamente afinado que brotaba de los labios del septuagenario nadador que estaba a mis espaldas. Pensé en el slogan de Noreste, viejo periódico chileno de noticias que nunca serán noticia, en mis abuelos y en su viaje a Valparaíso la próxima semana, en el recorrido por las calles de Playa Ancha, la caminata por las escaleras de madera por las que solían bajar a comprar pescado a Caleta El Membrillo. Pensé que no sólo los lugares ya no son lo mismo que fueron antes, sino que tampoco nosotros; nosotros somos los que hemos cambiado. Y que a pesar de ese cambio innegable, hay algo que permanece en el tiempo, como un farol inmóvil que a lo largo de los años atestigua el paso de las carretas, de los autos, de los barcos, y pese a todo, sigue siendo el mismo farol.

Al volver de la ducha ya no estaba el viejo ni su silbido. Probablemente estaba nadando, tarareando en su interior alguna otra melodía mientras sincronizaba la respiración sin prisa, al ritmo de para quien la vida ya no es un territorio por conquistar sino un bosque de recuerdos. Al salir del camarín constaté que el viejo había encendido en mí el farol de mis recuerdos, de mis lugares, del primer amor, así como yo había hecho lo propio con mis abuelos ante la posibilidad de volver a su ciudad natal. Siempre es posible volver, porque aunque el olvido que todo destruye, haya matado mi vieja ilusión, guardo escondida una esperanza humilde, que es toda la fortuna de mi corazón.*

* "Volver". Letra: Alfredo Le Pera. 1935.


miércoles, 25 de septiembre de 2013

La Esencia de la Innovación

En mi vida laboral he escuchado cientos de recetas y consejos sobre innovación: que es un proceso largo y no un instante de creatividad, que es una manera de crear valor a las personas,  que es difícil de implementar en el entorno corporativo sin el apoyo de la plana ejecutiva, que ha llevado a grandes empresas como Apple y Nike a generar modelos de negocios sustentables basados en la búsqueda continua de una experiencia mejor para los usuarios, y que además, no se trata de algo nuevo sino que es tan antigua como el ser humano.

En efecto, la rueda, los castillos, la agricultura, los metales y hasta al sufragio femenino nacen como consecuencia de una manera distinta de ver las cosas. Sin embargo, toda la literatura que se ha acumulado sobre innovación en el corto plazo no hace a los innovadores sino que es un relato acerca de ellos: La mejor manera de empezar algo es dejar de hablar de ello y empezar a hacerlo dijo Walt Disney. Detrás de las recetas y consejos –que abundan hoy en día- hay hechos concretos ejecutados por personas reales que comparten un factor común al que podríamos llamar la esencia de la innovación: atreverse a emprender.

Ya en el año 1732 un emprendedor era definido como la persona que se determina a hacer y ejecutar, con resolución y empeño, alguna operación considerable y ardua[i]. Casi trescientos años después esta definición tiene plena vigencia: hay pocas cosas tan difíciles hoy en día, tanto en el mundo corporativo como fuera de él, que ejecutar con resolución y desempeño una operación considerable y ardua, sobre todo, cuando el estilo de vida actual nos ha llevado a buscar posiciones cómodas, estables y seguras, para las que muchas veces, la innovación es una amenaza.

Sin embargo, nunca antes habían existido tantos incentivos para la innovación: proyectos públicos y privados, nacionales e internacionales, dirigidos tanto a personas naturales como a empresas que buscan hoy en día desarrollar emprendimientos e intraemprendimientos –en el entorno corporativo-  para, en último término, generar soluciones rentables que agreguen valor a la vida de los usuarios. Y aunque sin duda esta es una oportunidad que hay que aprovechar, sólo está reservada para aquellos que se atrevan a abandonar la comodidad del status quo y se arriesguen a crear algo que no existe y cuyo éxito no podrá ser anticipado en ningún focus group, que dicho sea de paso, es uno de los más grandes enemigos de la innovación, pues como dijo Henry Ford si le hubiera preguntado a la gente qué querían, me habrían dicho “caballos más rápidos”.

Atreverse a emprender requiere pasión, convicción, tener un propósito de vida. Quien tiene un propósito para vivir encontrará casi siempre el cómo (Nietzsche). Buscar y decidir ese propósito es el primer paso para la innovación. El resto viene por añadidura, especialmente porque cada vez somos más los que creemos que la innovación y el trabajo en entornos colaborativos –Club de la Innovación, Reset and StarUp- no restan sino que suman al cumplimiento de los objetivos que nos proponemos, pues como dice el viejo proverbio: si quieres llegar rápido, camina solo, si quieres llegar lejos, camina en grupo.