miércoles, 23 de abril de 2014

Heridas y cicatrices del puerto

El reciente incendio de Valparaíso sólo ha hecho más evidente que el otrora puerto principal, tras los adoquines y colores en los paseos de los cerros Concepción y Alegre, esconde una miseria censurada de las postales que promueven el turismo extranjero y local. El cantautor que baja de los cerros al plan para interpretarLa Joya del Pacífico a los comensales del J. Cruz a cambio de una propina -escena clásica del turismo porteño- es quizás una de los mejores retratos de este contraste.


Son muchas las heridas que salen a la luz a consecuencia del que es considerado el peor incendio en la historia de esta ciudad: la falta de un plan de regulador de construcciones habitacionales (con la respectiva escasez de servicios básicos), la fragilidad de la zona frente a los incendios forestales y la irresponsabilidad de las empresas y personas en su prevención (se afirma que estos incendios no son por causas naturales), el sensacionalismo en la cobertura televisiva de los hechos expresado en el enfoque dramático cuya evidente pretensión de exaltar las emociones del televidente -y aumentar el rating- lleva a los periodistas a violar la intimidad del duelo de los afectados, preguntándoles en vivo sobre las características de su dolor y sobre como harán para superar el desamparo que les afecta, mientras en el fondo suena música digna de película sobre la segunda guerra mundial.



Y aunque estas heridas pueden sanar -políticas públicas serias y sustentables, campañas adecuadas de prevención y líneas editoriales con foco informativo y colaborativo pueden, en el mediano plazo, evitar la ocurrencia de estos desastres- las cicatrices que esta ciudad arrastra amenazan con cambiar completamente la piel de este puerto herido, parafraseando al Gitano Rodriguez, en la medida en que nosotros, espectadores de su destino, no reflexionemos sobre la identidad que fundamenta la valoración que hacemos de ella, y estemos dispuestos a incorporar la miseria que hoy la compone en su esencia. Una reflexión de este tipo puede movilizarnos de distintas maneras, desde la modificación del relato que hacemos del puerto hasta la participación activa en cualquiera de los ámbitos de su reconstrucción.



Cualquiera sea el caso, somos nosotros y cada uno en cada caso los responsables de dejar de cantar La Joya del Pacífico -que dicho sea de paso fue escrita por un santiaguino e inmortalizada por un peruano- y empezar a entonar Valparaíso para que una vez más el viento como siempre, limpie la cara de este puerto herido, cara que no es más que la que nuestros propios ojos quieren ver.

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