martes, 2 de diciembre de 2014

Chespirito no ha muerto



Como muchos latinoamericanos crecí viendo los programas de Chespirito: La vecindad, el doctor Chapatín, El Chapulín Colorado, Los Caquitos y muchos más. Tal como otros productos culturales que se inscriben en la memoria a través de la repetición, pasaba tardes enteras de mi infancia viendo capítulos nuevos y viejos y riendo de buena gana con los ingeniosos guiones escritos por Roberto Gómez Bolaños, cuyo fallecimiento ha impactado al mundo y dominado la prensa internacional en los últimos días.

Como ya señalé en otro lugar la muerte de alguien que nos hace reir puede ser más impactante que la de cualquier otra persona puesto que la risa es desde cierta perspectiva psicoanalítica un mecanismo de defensa ante realidades incómodas, dolorosas o difíciles de enfrentar. Sin embargo, pienso que Chespirito no ha muerto. Se murió Roberto Gómez Bolaños, un comediante mexicano, pero Chespirito, el alma de la producción artística que convoca diariamente a millones de personas en el mundo y sus personajes, son inmortales.

¿Qué hace a este personaje inmortal? Precisamente la necesidad de contar con el humor -o el buen humor- como un antídoto frente a los dolores de la vida. Repasemos algunos de sus principales personajes.

El show principal de Chespirito es El Chavo del Ocho, la recreación de la vida cotidiana de niños y adultos en una vecindad cuyo protagonista es un niño pobre, huérfano y mal alimentado que convive cotidianamente con los conflictos propios de la vida comunitaria, las diferencias sociales y es constantemente agredido por los adultos en especial por sus ingeniosas respuestas disfrazadas de ingenuidad.

El dinero como símbolo de progreso o estatus social es uno de los ejes del show, representado por ejemplo en la figura del señor Barriga, dueño de la vecindad, que viene en cada capítulo a cobrar la renta a don Ramón -que no puede pagarla- y siempre es recibido con un golpe involuntario de el Chavo. Don Ramón a la vez es frecuentemente menospreciado por Doña Florinda, quien supuestamente goza de una mejor situación, tratándolo de "chusma" y exhibiendo a través de Quico, su hijo, las ventajas económicas a través de los juguetes nuevos que este luce al resto de los niños. Esta dinámica de conflictos basados en el estatus es el eje de la serie y las escenas en que se tangibiliza se cuentan entre las más recordadas por la audiencia.

En esta breve descripción se alterna el drama con el humor. En esta alternancia el personaje de El Chavo es la válvula de escape para los conflictos manifiestos a partir de ingeniosas "salidas" ("fue sin querer queriendo", "es que no me tienen paciencia", "Don Ramón, ¿su abuelita es futbolista?") sobre las que se diluyen las tensiones, volviendo a cobrar fuerza en los capítulos sucesivos, creando así una fórmula inagotable, un vaivén cuyo eje principal es la figura de un niño huérfano y pobre que une generaciones y diferentes clases sociales.


Por otra parte, El Chapulín Colorado es un superhéroe cobarde cuya principal característica es aparecer cuando la víctima no tiene a quien recurrir ante un peligro o amenaza y disolver los conflictos a través de terceros o actos involuntarios que resultan en el desarme del malhechor o anulación del peligro, quedándose con los créditos ante el resultado final sabiéndose no responsable directo del mismo. Pero ¿por qué nos reímos de un superhéroe miedoso? ¿Será que El Chapulín viene a representar algo que vive cotidianamente en cada uno de nosotros pero nadie es capaz de confesar?

Un niño huérfano y pobre que hace feliz a quienes lo rodean, un superhéroe miedoso, ladrones que concretan robos y siempre son apresados, un doctor loco y olvidadizo, dos chiflados con doble personalidad que conviven con personas que no reparan en su locura y generan diálogos hilarantes como:

- Oye, Lucas.
- Dígame Licenciado.
- ¡Licenciado!
- ¡Gracias, muchas gracias!
- No hay de queso nomás de papa.

Todos ellos son personajes que nos muestran la cara humorística del rechazo, el miedo, la frustración, la locura. Pero ¿es la risa sólo un antídoto? ¿Un remedio temporal? ¿Un parche ingenioso ante las vicisitudes de la vida? ¿No hay acaso en la risa una señal más poderosa, quizás, una invitación a desarmar las estructuras que nos rigen -clases sociales, diferencias entre locura y sanidad, la ley como protección ante el peligro- para crear nuevas maneras de entendernos y convivir? ¿No hay un destello de autenticidad en ese vaivén vital que tienen los diálogos de estos personajes en cada capítulo? ¿No es esa la razón de la inmortalidad de Chespirito? Quizás eso nos dice la canción:

Qué bonita vecindad (2)
es la vecindad del Chavo
que no vale ni un centavo
pero es linda de verdad.

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