viernes, 1 de mayo de 2015

Conmemorar



La condición alienante del trabajo en nuestra sociedad actual ha desplazado el significado específico de los días feriados hacia la plana valoración del hecho de no tener que trabajar. En otras palabras, da lo mismo si se trata de un feriado religioso o civil, lo importante es que ese día no hay que cumplir obligaciones laborales. Algunas agrupaciones reivindican el sentido que da origen al feriado a través de actos conmemorativos o expresiones colectivas, como la Armada de Chile para el 21 de Mayo o la Central Unitaria de Trabajadores para el 1 del mismo mes, pero nadie podría negar que en general los chilenos vivimos el feríado desde el para que -la posibilidad de hacer algo- y no desde el por qué -el fundamento que da origen a esa posibilidad-.

Pero "¿para qué mirar hacia atrás?" me dirán. "Hay que mirar hacia adelante". Ambas frases -muy progresistas por cierto- sugieren que lo importante de la vida es lo que está por venir, no lo que ya pasó. "El pasado ya no existe, no hay que preocuparse por él", nos sugiere Osho, uno de los máximos exponentes del espiritualismo oriental. Misma actitud de los sectores más conservadores de nuestro país cuando se les recuerda, a propósito de alguna fecha conmemorativa, las atrocidades cometidas en la época de la dictadura militar, con cuyos líderes se les vincula ocasionalmente. Y este desdén a mirar el pasado no sólo ocurre en Chile sino también en España, donde el año 2008 el primer ministro Mariano Rajoy, a propósito de la posibilidad de reabrir un caso de fusilados, desaparecidos y enterrados durante la guerra civil, ha dicho: "abrir las heridas del pasado no conduce a nada".

¿Recordar o no recordar? ¿Conmemorar o no conmemorar? Una buena amiga me sugiere que reflexionar sobre el sentido de un feriado en vez de dedicarse a disfrutarlo es un despropósito y una estupidez. Irónicamente, me sugiere que pensar sobre por qué es feriado el 1 de Mayo es una tontera si amenaza cualquier posibilidad de disfrutarlo. Una postura pragmática pero peligrosa, porque como dijo Churchill "no dejeis el pasado como pasado, porque pondréis en riesgo vuestro futuro". 

No es lo mismo recordar que conmemorar. Recordar es traer al presente algo ido, en la silenciosa individualidad del sujeto que recuerda, mezclándose también con la fantasía cuyo limite con el recuerdo es más bien difuso. Conmemorar en cambio es recordar-con-otro, junto-a, mirar hacia atrás colectivamente, en diálogo. 

La conmemoración es reflexionar sobre lo vivido. Y reflexionar no es simplemente imaginar, traer a la mente escenas pasadas, sino de algún modo volver a vivirlas en el relato que hacemos de ellas a un otro. Como cuando revisamos fotos antiguas y le decimos a alguien: "te acuerdas de...", "¿Dónde estabas tú en ese entonces?" y esperamos su aporte particular al recuerdo en el acto de conmemoración. Reflexionar es volver a vivir a través del pensamiento, constatar el cambio acontecido desde el instante que se recuerda hasta las circunstancias históricas de nuestro presente. Ese proceso en que el sujeto viaja para volver a vivir colectivamente es la conmemoración.

Sólo la reflexión puede iluminar nuestra vida en sentido histórico. Pensar en nuestra condición de trabajadores que disfrutan de un día libre puede ser una estupidez a priori -especialmente si nos impide disfrutar, es decir, cumplir el propósito del día libre- pero en esa "estupidez" puede ocultarse el sentido del disfrutar como posibilidad y la reticencia a la reflexión revelarse como parte de la estructura que favorece la mantención de las condiciones actuales de la existencia, el llamado status quo, cuya amenaza de cambio parte siempre desde una insatisfacción con el sentido presente. Por eso la posibilidad de reflexionar, para el pragmatismo alienante del mero "disfrutar el tiempo libre", es a todas luces, una estupidez.

El sentido de conmemorar sólo se encuentra reconociendo que somos nuestro pasado. Las categorías cronológicas -pasado, presente, futuro- nos permiten distinguir en el lenguaje el paso de eso que llamamos tiempo, pero esa distinción nos aleja de la constatación más obvia: estamos hechos de lo que vivimos, somos nuestro pasado, y lo estamos siendo a cada instante. Por eso, el acto de conmemorar es indagar por el sentido de la propia vida en la medida que cada sujeto está construyendo su existencia en relación constante con lo que cronológicamente entiende como pasado pero existencialmente es ya-siempre. De ahí el absurdo de tratar al pasado como algo que se fue, ya no está en nuestras manos, o no depende de nosotros cambiar. Lo que no depende de nosotros cambiar es la representación que hacemos del pasado, pero el pasado en tanto constitución ontológica de cada sujeto está siempre esperando a ser modificado en las posibilidades de cada cual.


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