martes, 17 de febrero de 2015

Carta abierta a Cristián Warknen





Estimado Cristián,

Soy lo que podría llamarse un “seguidor” de tu obra, desde “Noreste” hasta tus columnas de los jueves y por supuesto “La belleza de pensar”. En tu camino como comunicador he reconocido una actitud con la que me siento muy identificado: la disposición a decir -y escuchar- una verdad sin pretensiones de universalidad sino acotada a la experiencia humanizante del diálogo, al ser que susurra en la contemplación de unos pájaros a través de una ventana, al conmovedor paisaje de la selva valdiviana y esos verdes que muchos no sabíamos que existían, a la desidia de quienes viajamos en los vagones del metro con la mirada extraviada -quizás ahora capturada por el celular de turno-, a la transformación de nuestros modos de habitar y convivir en barrios depredados por la codicia inmobiliaria, a la infatigable voz de Dostoyevski o a los enigmáticos versos de Holderlin.  En suma, verdades que los estudiantes de filosofía, como es mi caso, no estamos acostumbrados a escuchar pues es más poderosa la necesidad académica de aferrarse a un sistema con verdades dadas para reproducirlas en el aula que la disposición a construir -así como en la belleza- nuevas verdades desde la propia cotidianidad.

Y aunque me apasiona la idea de conversar contigo sobre la verdad, no es la verdadera intención de esta carta. Te escribo desde Algarrobo por encargo de mi abuela Marta, la “Tita”, con quien estoy pasando los últimos días de mis vacaciones. Hace unos días mientras tomábamos desayuno la Tita me dijo con actitud serena y expectante: “con la tecnología y medios que hay ahora…¿tú le podrías escribir una carta a Cristián Warknen?” a lo que respondí “claro Tita, pero ¿qué quieres que le diga?”…y ella dijo: “la verdad sólo darle las gracias y felicitarlo por su designación como Director del Parque Cultural de Valparaíso. Dile que soy porteña y que si él está a cargo de algo tan importante para la cultura seguramente van a pasar cosas buenas en mi ciudad querida”.

La Tita nació en Valparaíso en 1929 en la maternidad del hospital Deformes -en este momento ella me dicta estos datos desde su pieza-. Vivió sus primeros años en la casa de su abuela en la avenida Alemania frente a la plaza Bismarck para después trasladarse a la casa de las enredaderas en San Enrique con Templeman. Siempre nos cuenta que desde la ventana del tercer piso se instalaba a mirar el mar. Me la imagino cerrando los ojos y sintiendo la brisa eterna que recorre los cerros con el sonido de las máquinas del puerto en el fondo, mirando el mar con los ojos cerrados. En alguna de las calles de ese cerro mágico conoció a mi abuelo, en Enero de 1947, fecha que ella tomó para crear su correo electrónico como respuesta a mi sugerencia de crear un correo con un nombre que no se le fuera a olvidar nunca. “alegreenero1947@…” es un nombre que resume tantas cosas, entre ellas el amor de mi abuela por esa ciudad de escaleras inefables que tantos de los nuestros han inmortalizado tanto en imágenes como a través de las palabras.

Tanto podríamos conversar sobre Valparaíso. A veces pienso en mi abuela sentada frente a tí con un fondo negro y dos vasos de agua conversando sobre las juntas de vecinos del Cerro Alegre en los años 50 o el Cine San Luis en la calle Montealegre 592, o el teatro Valparaíso frente a la plaza Victoria o el paseo Yugoeslavo de aquellos años. Pero ese es mi afán, no el de la Tita. Ella me encargó simplemente que te diera las gracias. Nunca le pregunté porqué pero no es necesaria la respuesta. Me imagino que ese agradecimiento porta también la esperanza de continuar generando “Tertulias Porteñas”, espacios de encuentro cotidiano con esas verdades chicas, pasajeras, esas “noticias que siempre serán noticia”, esas verdades de las que está construido Valparaíso. Pienso que esa esperanza es la que inspira a la Tita a darte las gracias cuando se entera de tu designación leyendo el diario una mañana cualquiera aquí en Algarrobo, en la misma casa a la que venimos hace 20 años.

Por eso, gracias Cristián.


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