martes, 30 de octubre de 2012

Las encuestas y la ilusión de la racionalidad


Tanto las encuestas como los focus group y otras técnicas de investigación cuantitativas tienen como objetivo descubrir una verdad desconocida respecto a un conjunto de personas, que puede suponerse o imaginarse, pero que hasta el momento no tiene un carácter objetivo.

La mayoría de las encuestas indagan gustos y preferencias,  es decir, son utilizadas para dar cuenta de las decisiones o intenciones de los individuos respecto a un posible objeto de elección. Tal es el caso de las encuestas que sondean la adhesión a candidatos políticos y que hoy en día están siendo cuestionadas debido a la amplia diferencia entre la predicción que éstas arrojaron y la realidad develada en los sufragios municipales.

Yo sostengo que la mayoría de las personas no sabemos porqué queremos lo que queremos o elegimos lo que elegimos, pero que empujados a la pregunta por las posibles razones, forzamos un argumento que tenga cierta lógica y cumpla los cánones de la racionalidad, concepto fundante de nuestra cultura occidental y que ha amparado -sin ir más lejos- todo el sistema educativo en el que hemos crecido.

Bajo esta premisa, suponer que lo que una persona responde en una encuesta es lo mismo que haría bajo las circunstancias descritas en ella parece una tremenda ingenuidad. 

Sin embargo, no podemos desconocer que las encuestas se han transformado en un efectivo mecanismo de generación de pauta. Cada día aparecen estudios indicando preferencias en temas como política, la elección de pareja y el mercado de consumo. Y los medios hacen eco de esto, transformando en noticias las preferencias reveladas en las encuestas y con ello dándole razones suficientes a la inmensa masa de personas desinformadas, sin tiempo o condiciones para desarrollar un pensamiento crítico respecto  a cualquier cosa, para adherir rápidamente a una tendencia, a riesgo de aparecer como una persona sin opinión.

Pero todo esto es una ilusión, principalmente porque las encuestas no recrean las condiciones bajo las que usualmente se toman las decisiones por las que se está preguntando. ¿Cómo puede medir una encuesta el sentimiento generado por los gritos y consignas alrededor de un local de votación, la presión social del grupo de amigas que exhorta a comprar un determinado perfume o el aburrimiento de quien consultado en la intimidad de su casa y a través de su computador por su preferencia ante una marca, hace click en cualquier respuesta con la misma indiferencia del protagonista del El Extranjero de Camus?

En términos psicológicos podemos decir que en el acto de responder a una encuesta también actúa el super-yo: difícilmente se revela la verdadera intención, ya sea por temor a defraudar al supuestamente objetivo interlocutor, o a nuestro propio super-yo, particularmente si se trata de una respuesta políticamente incorrecta. 

Los seres humanos somos principalmente seres emocionales, aún cuando socialmente sigamos entendiéndonos a nosotros mismos como racionales. Por eso no es de extrañar que las coaliciones políticas ya no tengan sentido, que una persona pueda votar por un alcalde de derecha y al mismo tiempo por un concejal de izquierda. Que un día se prefiera la Coca Cola y al otro día la Pepsi. No se trata de relativismo moral, sino de la crisis de un paradigma de representación del mundo en el que los actores han decidido ser protagonistas en la creación de un escenario heredado, donde a merced de su reconstrucción, el acto de toma de decisiones es mucho más una exploración del mundo que una demostración de coherencia con los viejos y oxidados valores que no son reconocidos por muchos -quizás un 60%- como auténticamente propios.

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