lunes, 22 de octubre de 2012

Argo: una no tan típica película gringa.



Sin muchas expectativas, el sábado fuimos a ver Argo al Cineplanet del Costanera Center. Y aunque el calor de la sala hizo que en algunos momentos realmente nos sintiéramos en Medio Oriente, la película hizo que el realismo valiera la pena.

La historia es la de seis estadounidenses en Irán, que luego de escapar de la embajada de su país en el momento en que era tomada por revolucionarios islámicos, quedan atrapados en la casa del embajador de Canadá -quién accedió a prestarles asilo-, con la posibilidad inminente de ser descubiertos y muy probablemente ejecutados en público.



Eran tiempos de mucha agitación social en Irán. El pueblo acababa de sacar del poder al último Shah (monarca) debido a la "modernización" que éste -apoyado por Estados Unidos con su interés en el petróleo- estaba implementando en el país en los últimos años. Algunas de estas medidas -como la puesta en marcha del voto femenino- eran vistas como una violación a los principios del Islam, lo que terminó sacando del poder y del país al monarca.


En otras palabras, Irán le tenía más que sangre en el ojo al país del norte, por eso resultaba urgente rescatar a los seis norteamericanos. Pero era misión casi imposible y la CIA carecía de planes convincentes para llevar a cabo el rescate hasta que aparece en escena Tony Méndez (Ben Affleck), un experto en "extracciones" que le propone a los mandamases realizar un auténtico montaje para hacer pasar a los refugiados como un equipo de producción canadiense que se encuentra buscando locaciones para una película y así lograr salir del país bajo ese pretexto.

Hasta aquí la película suena fome. Y lo es. Pero luego comienza lo entretenido. Para hacer un montaje convincente, Tony recluta a John Chambers (John Goodman), un experimentado maquillador de cine, y a Lester Siegel (Alan Arkin), un septuagenario productor de películas, ambos de Hollywood. En medio de ácidos comentarios sobre su expertiz para vender humo y la glamorosa falsedad que rodea al medio, los tres consiguen hacer Argo realidad, ejecutando un plan que los llevará hacia un final de máxima tensión.



A pesar de tener muchos de los paradigmas de una típica película gringa - por ejemplo, el antihéroe en que nadie cree termina salvando al mundo- (véase El día de la Independencia) y una historia familiar del protagonista insuficientemente desarrollada, hay algunos puntos que me parece vale la pena rescatar.

Se puede tener éxito sin recurrir a las armas. Acostumbrados a las intervenciones militares, a los helicópteros y a los marines, ver una operación de inteligencia que raya en el realismo mágico refresca la visión sobre como Estados Unidos resuelve los conflictos internacionales. Aunque haya sido en el pasado (la película transcurre en 1980).

Se combinan con eficacia drama y humor, a la vez que se mantiene la tensión durante toda la segunda parte y especialmente al final. Esto hace a Argo una película entretenida.

Hollywood riéndose de Hollywood. En varios pasajes la honestidad brutal con que Chambers y Siegel reconocen -no sin orgullo- la decadencia, los delirios, el rol de la prensa y la baja calaña de algunos de los personajes clásicos del medio, es notable. 

El uso de algunas escenas reales de archivos de la época le da a la película un dramatismo adicional y nos recuerda que la cinta está basada en un hecho real. Esto nos permite apreciar la historia con mayor asombro y sumar tensión al desarrollo de la trama, especialmente desde el momento en que los refugiados -encargados de ejecutar el plan de su propio rescate- muestran todo su esceptismo frente a la tarea.

Vaya a verla, no se arrepentirá.

No hay comentarios:

Publicar un comentario