martes, 5 de junio de 2012

Cuando olvidamos al artista


Me gusta la comida peruana. Voy muy seguido a uno o dos restaurantes donde preparan maravillosamente mis platos favoritos: ceviches varios, ají de gallina, lomo saltado, cóctel de camarones, causas y suspiro limeño. 

No tengo idea quién los prepara ni me importa mucho. Lo importante es disfrutar el plato, compartir con amigos, saborear el placer cotidiano de la buena mesa, sacarle fotos a la presentación del plato y subirlas a facebook y a twitter, contarle al mundo tantas cosas. Ya saben: una imagen vale más que mil palabras.

Y aunque no me importa, es un hecho objetivo que detrás de ese plato, que es una obra de arte, hay un artista. Un hombre o una mujer cuya identidad desconozco. ¿Debería importarme?

Con la música es casi exactamente lo contrario. Cuando escucho una melodía o canción que me gusta o llama mi atención, lo primero que hago es preguntar: ¿de quién es? Si conozco al autor doy un gesto de aprobación complaciente: "claro, no podía ser otro, por supuesto!". Si no lo conozco, ensayo un elogio apelando a la calidad de su obra. 

Las caras de los autores de las obras musicales más aclamadas de la historia se imprimen en poleras, posters, cuadros, fondos de pantalla, vestimentas varias. Es casi como si la música pasara a segundo plano ante la grandeza de la capacidad creadora del artista.

Estoy seguro que esto que me pasa a mí, le pasa a muchas personas más.

¿Por qué en el arte culinario olvidamos al artista?

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