martes, 29 de mayo de 2012

Amores imaginarios


Después de "La Tregua" de Benedetti, el libro con que más he llorado debe ser "La fuerza de Sheccid" de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Lejos de tener la maestría de Salinger y otros autores de novelas de aprendizaje pero con el mismo pretexto -la transición de la adolescencia a la adultez- la novela cuenta la historia de Carlos, un joven que se enamora de Sheccid, una compañera de colegio. En primera instancia, la joven es retratada como una mujer tierna, inocente, comprensiva y cariñosa para para luego revelarse como una mujer "seductora y sensual" lo que a ojos del protagonista -nótese la moralina- son defectos que terminan por mostrarle que la verdadera Sheccid no era la mujer de la que se había enamorado.

Lo triste de la historia es que el protagonista metaforiza este desamor a través de la muerte de Sheccid, para luego contarle a los lectores que era sólo un simbolo del fin de una idealización. Aunque ahora me de risa, a los 16 años la huevá es triste, y te da pena, así que lloré, y harto.

Lo relevante del asunto es que uno nunca abandona del todo la fantasía, la idealización, los amores imaginarios. Bueno, al menos no todavía. Hoy día debo haber tenido cinco citas con minas que ví en el barrio el Golf, haberme ido a convivir con al menos tres de ellas (no al mismo tiempo) y hasta creo que me casé con una.

Todo eso ocurrió en mi cabeza mientras me tomaba un cortado en el Coffe Factory de Isidora, acompañando a un amigo a encontrarse por casualidad con una mina que no conoce pero de la que está enamorado. Pa que estamos con cuentos: Been there, done that.

Claro que cuando eres pendejo no sientes culpa de ser psycho. Me acuerdo que una vez esperé dos horas a que la niña que me gustaba se bajara en el paradero y caminara hasta su casa. Yo estaba en la vereda del frente. Otras veces (decenas) busqué en la guía de teléfonos al papá de las niñas que me gustaban haciendo coincidir apellido y dirección para conseguir el número de teléfono. Lo malo era cuando me gustaba alguien de apellido "Perez" que viviera en "Américo Vespucio", la combinatoria arrojaba demasiados resultados y después de todo yo también tenía que estudiar.

Ahora que somos adultos, uno se siente un poco huevón y loser, por eso el acompañamiento a mi amigo hoy no sólo era físico sino que también moral. 

Nuestro plan era encontrarnos con ella casualmente en la calle, momento para el que acordamos que si él le hablaba yo saldría corriendo disimuladamente. Caminamos cuatro veces por la vereda del edificio donde ella trabaja y otras veces más por las calles aledañas. Luego nos instalamos en el Coffee Factory y bueno, no paso nada, obvio.

No quiero caer en el cliché ese que dice que mientras estás pensando en tu amor imaginario el real puede pasar al lado tuyo y no lo ves. No creo que sea posible, sobre todo en el barrio El Golf. El punto es que es tan poco probable que el amor imaginario -si acaso existe- se transforme en amor de la vida real que es más entretenido mantenerlo en el status de fantasía, porque de lo contrario, veríamos los créditos finales de la película y quizás el sufrimiento no sería imaginario.

Por eso - en el fondo- yo no quería que mi amigo se encontrara con su amor imaginario. Sería fome que todo terminara, y además yo habría tenido que salir corriendo. Y bueno, si se hubieran encontrado y pasado a ser un amor real ella habría tenido que presentar a sus amigas reales, como mínimo.

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