lunes, 24 de septiembre de 2012

A Roma con amor

Ayer fue un día perfecto, lo que es harto decir para un domingo. Además del sol, la buena comida, la buena-película-que-ya-viste y la buena compañía, la guinda de la torta fue A Roma con amor, la última película de Woody Allen, que junto con Clint Eastwood es uno de mis directores favoritos.

Lo que más me gusta de Allen es su capacidad para tratar temas filosóficos a través de la comedia. Lo que tradicionalmente es abordado con seriedad y dramatismo aquí se despliega con humor, y del bueno. Si esto fuera una declaración de principios yo adheriría completamente: de lo bueno y de lo malo hay que reirse, quizás así entendamos que hay vida más allá del bien y el mal.

Los personajes de la película son una demostración de esto al ser dulces víctimas de sus propias contradicciones. Primero está Leopoldo Pisanello, un empleado italiano de clase media con una familia exageradamente normal y una rutina sin sobresaltos cuya vida cambia completamente al transformarse de súbito en una celebridad. Lo que antes era por él odiado y mirado con recelo luego es amado y deseado, hasta el punto donde la invasión a la privacidad es transable con la comodidad y lujuria consecuencias del estrellato. Un perfecto retrato sin juicios de la fragilidad moral en un personaje clásico de la sociedad contemporánea: el trabajador de clase media que vive para trabajar y hasta cuyos valores más sagrados -la familia, la fidelidad- tienen precio si la promesa es despertar de una vida anodina.

Luego está la historia de Jack y Gabrielle, una pareja de jóvenes americanos que viven en un adorable barrio de calles de adoquines y cafés, y  parecen tener una vida normal y tranquila hasta que reciben la visita de Mónica, una actriz desempleada cuya energía sexual y una supuesta sensibilidad acerca del arte en general seducirán a Jack hasta el punto de estar dispuesto a abandonar a su pareja para embarcarse con la mejor amiga a un destino incierto a punta de varios "Te amo" concebidos en la más clásica de las idealizaciones: la mujer artista y guapa con que todos sueñan pero con la que nadie se queda finalmente, porque para ella no hay finales, la vida es un devenir. Reflexión sobre la frágil naturaleza del amor, cuya contraparte es John, un galán maduro que advierte a Jack -con más lucidez que éxito- sobre el riesgo de enamorarse de mujeres así. 

Por otra parte están Milly y Antonio, una pareja de campo que viaja a la capital por una oportunidad de trabajo que les puede cambiar la vida. Llenos de ilusión llegan a Roma y por un accidente se separan, provocando el encuentro de Antonio con Anna, una prostituta de lujo que lo confunde con un cliente y ante el inminente encuentro con los futuros jefes de Antonio se hace pasar por su esposa. Lo que resulta una inmoralidad para los vírgenes ojos del tímido campesino (¡estar contigo sería cometer adulterio!) termina siendo un excitante aprendizaje, que podría hasta vigorizar la anémica relación con su esposa. Anna por otra parte aparece como uno de los personajes más honestos, cargando sin queja alguna sobre sus hombros (o sobre cualquier otra parte) el peso del doble estándar, que aparece como una sombra de todos los hombres que la saludan con sorpresa y deseo en la escena del cóctel con los magnates de Roma.




Quizás la historia más hilarante es la de Hayley, una joven estadounidense que se enamora de Michelangelo, un abogado italiano con un fuerte sentido social que trabaja en una especie de Vicaría de la Solidaridad, defendiendo causas de los más pobres, y a quien su futuro suegro  -Jerry, un ex director de ópera retirado- no tarda en tildar de comunista. En medio de la tensión entre el abogado idealista y el jubilado pragmático éste último escucha a su consuegro cantar en la ducha, cree hallar en el una voz privilegiada y se obsesiona con hacerlo cantar ópera profesionalmente. A pesar que la esposa de Jerry -de profesión psiquiatra- le muestra a su esposo con lucidez y múltiples guiños a Freud que su deseo es sólo un intento de revivir su carrera como remedio a la angustia que le provoca el retiro, éste insiste y logra convencer a la escéptica familia del talento de Giancarlo. Esto lo lleva a montar shows de ópera que rayan en el realismo mágico, ya que el novel tenor sólo puede cantar cuando está en la ducha.

Estas historias y sus personajes -la artista seductora y superficial, el viejo retirado anticomunista, el empleado de clase media y su rutina, la prostituta asumida y sus clientes, los campesinos que llegan a la ciudad en busca de un futuro mejor, el abogado idealista, las dueñas de casa pasivas y secundarias, los periodistas de farándula, y otros- y sus múltiples contradicciones refrescan el concepto de levedad, que ya no es insoportable como en la novela de Kundera sino graciosa y hasta necesaria para vitalizar existencias ancladas en discursos establecidos o simplemente hacer del domingo un día perfecto.



1 comentario:

  1. con este comentario, imposible no querer verla. cine en el litoral NAU!

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