viernes, 24 de agosto de 2012

Las emociones como expresión de autenticidad


Un papá se dirigió a su hija para intentar confesar lo inconfesable. Ella necesitaba entender por qué vivió lo que vivió y él necesitaba explicarlo. Ese era el escenario. Aparentemente un simple ajuste de cuentas, una explicación racional sobre los acontecimientos que cambiaron la vida de una niña, un porqué que le dé sentido al dolor. 

El padre comienza a hablar. Le dice a la niña, antes que todo "no me critiques, no me juzgues, no me digas nada" y continúa su relato, motivado porque cree que su hija no ha superado lo vivido y él desea que ella sea feliz. Pero la hija no cree su relato, lo siente distante, lejano. Al poco andar el discurso del padre se vuelve errático, confuso. Hay silencio. Padre e hija vuelven a sus lugares y la conversación termina.

La hija, provista de la sensibilidad que se tiene a los doce años, no tardó en detectar la falta de autenticidad en el discurso del padre. El padre, impulsado por la necesidad de su ego de mostrarse siempre entero y correcto -a pesar de haber cometido atrocidades- no se conecta con sus emociones y articula un discurso lógicamente perfecto pero emocionalmente incompleto. Y además, limita de entrada el legítimo derecho de la hija a sentir - ni siquiera a expresar- lo que surga de aquel encuentro: "no me critiques, no me juzgues, no me digas nada". Ese intento de anular los sentimientos no hizo más que intensificar la rabia, la decepción, la tristeza de constatar que quien supuestamente debería amarme en realidad no me deja ser.

Esta escena me hizo redescubrir lo importante que es conectarse con las propias emociones para vivir en la autenticidad y lo difícil que esto nos resulta a la mayoría de las personas, cotidianamente. "¿Qué sientes?" debería ser una pregunta fácil de responder ¿quién más que yo mismo podría saberlo? pero todos los días soy testigo de como esta simple pregunta da lugar a silencios, vacilaciones y muchas veces relatos falsos de lo que supuestamente se debería sentir en una situación determinada.

Todas las personas nos movemos cotidianamente entre el dolor y el placer, el amor y el odio, eros y tánatos. Independiente de los tipos de personalidad, del sexo, de la posición existencial, ese es el camino que todos transitamos. El caso del padre y su hija no es la excepción. La oportunidad de redimirse no consiste en dar cuenta de los hechos, sino en ofrecerlos auténticamente al otro en silencio para aceptar incondicionalmente lo que el otro tenga que decirnos. 

Cuando repito con Perls "no estoy en este mundo para cumplir tus expectativas y tu no estás para cumplir las mías" pienso esto: cuando me relaciono con los demás esperando que sean como yo quiero estoy negando lo más bello y preciado que quizás tenga el otro que entregarme: su propia autenticidad venir al encuentro de la mía. Acallo su voz, la modelo en función de lo que yo necesito, y lo más terrible: desaparece tras la sombra que mi luz ha proyectado de su ser.

El primer paso al encuentro de la propia autencidad es conectarse con las propias emociones. Entender qué me pasa, antes que el por qué. Sólo así podemos perdonarnos y perdonar, amarnos y amar, aquí y ahora.

No hay comentarios:

Publicar un comentario